"Cualquier recurso a la guerra, a cualquier tipo de guerra, es un recurso a medios que son inherentemente criminales. Guerra, inevitablemente, es un curso de asesinatos, asaltos, privaciones de la libertad, destrucción de la propiedad.

"


Robert Jackson

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lunes, 31 de mayo de 2010

Justicia Internacional... para otros.



Por Guenael Mettraux

El 14 de mayo, el Consejo General del Poder Judicial suspendió al juez Baltasar Garzón de sus funciones tras ser acusado por cargos de abuso de autoridad.

Su crimen? Garzón presuntamente excedió su mandato a la hora de decidir iniciar una investigación sobre la desaparición de civiles durante la dictadura de Francisco Franco, a pesar de una ley de amnistía que cubría estos crímenes.

En los años anteriores, Garzón se había convertido en un símbolo viviente de justicia internacional como que persiguió a personajes de la talla de Augusto Pinochet y Osama bin Laden en nombre de los principios universales de la dignidad humana, los derechos humanos y la lucha internacional contra la impunidad.

La reacción a los últimos esfuerzos de investigación de Garzón y la reciente decisión de la Corte Suprema Brasilera de mantener una ley de amnistía que se aplica a los crímenes de la dictadura militar de Brasil son recordatorios poderosos de que los Estados todavía pueden decidir qué hacer con su pasado, incluso cuando ese pasado envuelve atrocidades en masa .

Esta posibilidad, sin embargo, no está abierta a todos los Estados en la misma medida. Cuando la soberanía ha sido subyugada (al igual que con Alemania después de la Segunda Guerra Mundial) o cuando pueden ser políticamente presionados a la sumisión (Serbia, la más reciente), los Estados pueden verse obligados a someter sus acciones a la sentencia de otras naciones en nombre de los mismos valores que habían validado los esfuerzos de Garzón.

A pesar de las repetidas afirmaciones de que un conjunto de prohibiciones penales universales aplicables a todos ha crecido desde estos valores, siguen siendo en gran medida, "le droit des autres", un conjunto de reglas que parecen dispuestas a aplicarse a los demás, pero no a nosotros mismos. Los "otros" son aquellos Estados e individuos que han perdido el poder político para anticiparse o evitar la aplicación de dicho régimen a ellos.

La Corte Penal Internacional, un tribunal con ambiciones globales, hasta el momento solo ha acusado africanos, aunque más de un centenar de países de cinco continentes se han unido a la Corte y los delitos comprendidos en su jurisdicción han sido cometidos fuera de África.

Mientras tanto, los tribunales nacionales en los Países Bajos han blindado exitosamente soldados neerlandeses y al Estado, del escrutinio judicial por la supuesta falta al prevenir las atrocidades en masa en Srebrenica en julio de 1995, mientras que los nacionales serbios y bosnios están siendo procesados en territorio neerlandés por un tribunal internacional, dada su participación en esos eventos. El mismo tribunal se negó hace unos años a investigar incluso los crímenes atribuidos a las fuerzas de la OTAN en Serbia durante la campaña de bombardeos de 1999.

Aunque podría ser que no se cometieron los crímenes internacionales en esas ocasiones o que podría haber otras razones para no enjuiciar estos casos, la negativa a mirar dentro de ellos contribuye a crear la impresión lamentable de que la responsabilidad internacional importa para algunos, pero no para todos.

La acusación de Garzón se alimenta en esta incómoda sensación de selectividad política en la aplicación de la ley. Aunque Garzón no fue impedido a investigar nacionales de Argentina o Chile por amnistías locales, la legislación española al parecer crea una prohibición absoluta contra una empresa de la misma clase que tenga como objetivo sus compatriotas.

El error de Garzón fue suponer que los valores que han proporcionado una justificación moral y legal para sus pasadas cruzadas, realmente pueden aplicarse universalmente. Por desgracia, ese no es aún el caso. La justicia penal internacional sigue funcionando de forma selectiva dentro de las grietas que la política internacional ha abierto para ella.

Si bien se podría argumentar que algo de justicia es mejor que nada, la actual híper-selectividad de la justicia penal internacional podría ser más perjudicial para su credibilidad a largo plazo.

La legitimidad del Estado de derecho, nacional o internacional, se basa en el supuesto de que la ley se aplica a todos, sin prejuicios y sin discriminación. Despojado de ese elemento, se corre el riesgo de que se convierta en  -y se presente como- una herramienta de conveniencia política para los poderosos.

Antes de empujar más lejos los límites de la justicia penal internacional, debemos preguntarnos si estamos verdaderamente comprometidos a someter la conducta de nuestros propios líderes y compatriotas a los estándares que buscamos aplicar a los demás.

También deberíamos preguntarnos si podemos legítimamente obligar a otras naciones a encarar su pasado en el nombre de valares supuestamente universales cuando permitimos que países poderosos como España o Brasil olviden y perdonen los crímenes de su pasado. Si la respuesta es no, tal vez deberíamos mostrar una gran cantidad de abstención al imponer nuestras demandas por justicia en Estados distintos al nuestro.

Nuestro compromiso con el Estado de Derecho debe medirse en función de nuestra disposición de ver que los estándares que queremos imponer a los demás se apliquen a nuestros conciudadanos.  El retiro de los cargos contra Garzón sería un buen lugar para iniciar el proceso necesario de hacer de esos estándares algo verdaderamente universal.

*Guénaël Mettraux representa acusados ante tribunales penales internacionales. Él es el autor del libro  "La Ley de responsabilidad de mando."

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