"Cualquier recurso a la guerra, a cualquier tipo de guerra, es un recurso a medios que son inherentemente criminales. Guerra, inevitablemente, es un curso de asesinatos, asaltos, privaciones de la libertad, destrucción de la propiedad.

"


Robert Jackson

_________________________________________________________________________________

sábado, 18 de julio de 2009

Recuerdo de Robert McNamara

Por Jonathan Schell*


Conocí a Robert McNamara, secretario de Defensa de los Estados Unidos que dirigió el aumento de la intervención norteamericana en Vietnam, en el verano de 1967. Yo acababa de regresar de un viaje a Vietnam del Sur, donde, como reportero de 'The New Yorker', presencié la destrucción por la potencia aérea americana de dos provincias: Quang Ngai y Quang Tinh.



Las políticas de los Estados Unidos eran claras. Las octavillas lanzadas a las aldeas anunciaban: "Los vietcongs se esconden entre mujeres y niños inocentes en vuestras aldeas... Si el vietcong en esta zona los utiliza a ustedes o a su aldea para eso, les esperará la muerte desde el cielo".
Y llegó la muerte desde el cielo. Después cayeron más octavillas, que informaban a los habitantes de las aldeas: "Su aldea fue bombardeada porque dieron acogida al vietcong... Si dan acogida al vietcong del modo que sea, su aldea será bombardeada de nuevo".
En la provincia de Quang Ngai, un setenta por ciento, aproximadamente, de las aldeas, fue destruido. Yo tenía 23 años entonces y no tenía idea de lo que era un crimen de guerra, pero más adelante me quedó claro que eso era lo que estaba presenciando. (Cinco meses después, en marzo de 1968, tropas norteamericanas cometieron la matanza de My Lai.)
Aquella figura familiar, con sus brillantes gafas sin montura y su rígido pelo peinado hacia atrás, como si fuera vidrio hilado, me recibió en la puerta de su despacho del tamaño de una pista de tenis. Sentí una energía prodigiosa e inquieta que, según sospeché, no podía atenuar aunque quisiera. Poco después de que yo empecé a relatar mis observaciones, me llevó ante un mapa de Vietnam y me pidió que localizase las zonas de la destrucción. Tuve la sensación de que la pregunta era una prueba... a la que yo estaba dispuesto a someterme, pues había llevado conmigo mapas en los aviones controladores aéreos de avanzada. Parecía profundamente interesado, pero no hizo observación alguna y se limitó a preguntarme si tenía algo escrito. Le dije que sí, pero que estaba escrito a mano. Me propuso que le presentara una copia mecanografiada y me ofreció el despacho de un general que estaba fuera.
Lo que no sabía era que el artículo tenía tamaño de libro. Tardé tres días en dictarlo en el dictáfono del general. Entregué el proyecto acabado a McNamara, quien me dio las gracias, pero nada más dijo al respecto, ni entonces ni en ningún otro momento posterior.
Quince años después, en 1982, cuando Neil Sheehan estaba haciendo la investigación para su libro sobre la guerra, 'A Bright and Shining Lie', encontró documentos relativos a mi manuscrito que contó con la asistencia del Pentágono. Mostraban que McNamara había enviado el manuscrito al embajador estadounidense en Vietnam del Sur, Ellsworth Bunker, quien pidió a un tal Bob Kelly que escribiera un informe general con vistas a desacreditar mi información y que consiguiera que la revista 'The Atlantic' (en la que Bunker creía, equivocadamente, que iba a aparecer mi artículo) "suprimiese la publicación".
Se distribuyó un memorándum en el que se recomendaban esas medidas a McNamara, al subsecretario de Estado, Nicholas Katzenbach, y al secretario de Estado adjunto, William Bundy. El funcionario encargado de la "acción" era el secretario de Estado, Dean Rusk. Se volvió a entrevistar a los pilotos de los aviones controladores de avanzada y se les pidieron declaraciones juradas. Se envió a dos pilotos civiles para que volaran sobre la provincia y comprobasen mis cálculos de los daños. Se examinaron posibles planes para refutar públicamente mis conclusiones, pero las inoportunas conclusiones del informe resultante fueron las de que "los cálculos del señor Schell son sustancialmente correctos".
Tal vez frustrado por su imposibilidad de encontrar errores actuales en mi información, el autor del informe ofrecía algunas observaciones editoriales que resumían la equivocada concepción en que se basaba la guerra. Pensaba que yo no había conocido ciertos factores atenuantes de la destrucción que había presenciado y no sabía que "la población era totalmente hostil...". De hecho, en opinión del Vietcong, "los vietcong son el pueblo". Así, pues, la razón principal para no reñir aquella guerra en primer lugar, a saber, el odio absolutamente evidente de la mayoría de la población a los invasores y ocupantes norteamericanos, pasó a ser una justificación de la guerra.
La siguiente ocasión en que hablé con McNamara, en 1998, no fue sobre Vietnam, sino sobre las armas nucleares, sobre las que estuvimos tan de acuerdo como en desacuerdo habíamos estado sobre Vietnam. Los dos pensábamos que la única medida sensata que se podía adoptar con la bomba era la de deshacerse de ella. El vuelco de McNamara a ese respecto fue espectacular. Más que ningún otro funcionario gubernamental, a él se debió la institucionalización de la doctrina estratégica fundamental de la era nuclear, la disuasión, conocida también como destrucción mutua garantizada.
En la segunda ocasión quería que se prescindiera de ella, pero, en realidad, entonces también estábamos más próximos a propósito de la cuestión de Vietnam, pues, después de dos decenios de silencio sobre la guerra, había publicado su libro 'In Retrospect', en el que repudiaba sus anteriores justificaciones de la guerra y hacía la famosa afirmación sobre los gobiernos de Kennedy y de Johnson: "Estábamos equivocados, terriblemente equivocados".
Muchos de los críticos de McNamara afirman -acertadamente, creo yo- que no llegó a entender enteramente, que intentó aferrarse a las declaraciones de intenciones nobles no corroboradas por la realidad. ¿Hasta qué punto son nobles las intenciones cuando los hechos que revelan sus resultados horribles están al alcance y, sin embargo, no se tienen en cuenta?
¿Debería haber sido McNamara más explicito en su arrepentimiento? Sí. ¿Debería haberlo expresado antes? Desde luego. ¿No debería haber recomendado nunca la guerra ni haberla presidido para empezar y nunca debería haber habido una guerra norteamericana en Vietnam? Oh, Dios mío, claro que no.
El siglo XX dejó montones de cadáveres tras sí y ahora se están amontonando otra vez y, sin embargo, ¿cuántas figuras públicas de la importancia de McNamara han expresado jamás algún arrepentimiento por los errores, locuras y crímenes? Solo puedo nombrar a una: Robert McNamara. En el improbable caso de que se erigiera una estatua de él, debería aparecer llorando. Eso fue lo mejor de él.
*Miembro de The Nation Institute y dicta un curso sobre el dilema nuclear en la Universidad de Yale. Es autor de The Seventh Decade: The New Shape of Nuclear Danger (El séptimo decenio. La nueva forma del peligro nuclear).
www.project-syndicate.org Traducido del inglés por Carlos Manzano El Tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario