"Cualquier recurso a la guerra, a cualquier tipo de guerra, es un recurso a medios que son inherentemente criminales. Guerra, inevitablemente, es un curso de asesinatos, asaltos, privaciones de la libertad, destrucción de la propiedad.

"


Robert Jackson

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miércoles, 29 de agosto de 2012

No más juicios por Genocidio.

Traducido por Luis J. Leaño

VHEIDELBERG – Raramente se pueden leer noticias esperanzadoras. A finales de Junio, el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (ICTY) absolvió al antiguo líder Serbio Bosnio Radovan Karadžić de los cargos de genocidio. Podría esto sonar como una mala cosa: Karadžić, quien alertó a los musulmanes Bosnios que la Guerra podría conducirlos por la ruta del infierno, merece ser sentenciado por los actos que le valieron la absolución: homicidio, acoso y masacre más allá de lo imaginable. Pero por genocidio? Mejor no.

De hecho, deberíamos deshacernos completamente del genocidio como crimen. El concepto legal de genocidio es tan incoherente, tan dañino a los propósitos que la ley internacional persigue, que hubiera sido mejor no haberlo inventado. La absolución de Karadžić, quien todavía es sometido a juicio por otros cargos relacionados con las mismas atrocidades, es una oportunidad para alcanzar la sensible meta de  retirarlo.

Esta no fue solamente una absolución. El ICTY decidió que, luego de dos años de juicio, la fiscalía no había presentado suficiente evidencia para que algún juez encontrara a Karadžić culpable de genocidio en el inicio de la Guerra Bosnia (él encara una cargo separado por la masacre de Srebrenica en Julio de 1995, y la fiscalía apeló la absolución).  La corte ha sido consistente : con solo algunos juicios pendientes, no ha formulado condenas por genocidio, aparte de Srebrenica.

El cargo más amplio fue siempre riesgoso, pero, para muchos defensores, es un culto de fe que el genocidio se desarrolló a todo lo ancho de Bosnia.  Sin embargo, el problema con el Genocidio no es de un juicio igual de amplio, porque el crimen en sí mismo es doblemente incorregible: es defectuoso en su definición y problemático en sus efectos políticos y morales.

El genocidio requiere una “intensión especial”. Un genocida debe querer cometer un determinado crimen y destruir el grupo de la víctima.  En el derecho doméstico, el motivo detrás del crimen es usualmente irrelevante, y por una buena razón. Las personas tienen razones complejas para actuar ilegalmente.  Además, siendo la guerra una empresa colectiva en la cual matar a los enemigos puede ser legal, dicha complejidad se incrementa.

El intento de probar la intensión genocida ha conducido a los fiscales a la espesura de la interpretación. Tales son las lecciones de la Gran Serbia, que distrayendo el núcleo forense de los juicios y motivando su politización, hace que los acusados secuestren los procedimientos con sus propias glosas justificatorias. La alternativa, -relajando los estándares probatorios- minaría valores tales como la legalidad y la duda razonable, los cuales son esenciales para un juicio justo. La rigurosidad de los requerimientos del genocidio implica que es, -y así debe ser- difícil condenar al acusado.

Esto es consistente con nuestra intuición de que el genocidio es único. Pero mientras que conceder un estatus supremo al “crimen de crímenes” podría aparecer moralmente atractivo, el efecto gravitacional del genocidio distorsiona la política y el derecho internacional.

El genocidio hace ver otros crímenes menos importantes. Cuando Goran Jelisić – un guardián de campo en Bosnia que se llamaba a sí mismo “el Serbio Adolfo”-, fue absuelto por el cargo de genocidio en 1999, uno podría haber concluido de la reacción de asombro de la fiscalía, que Jelisić había salido libre. La verdad es que él confesó otros 31 cargos  que cubrían fundamentalmente los mismos actos, y fue sentenciado a 40 años en prisión.

De la misma manera, las reacciones frente a la decisión en el caso de Karadžić muestra que tan inflados están los riesgos percibidos. Alguien dijo que absolviéndolo se negaba el sufrimiento de las víctimas, como si solamente importara el genocidio. Esto es solamente porque el reconocimiento del sufrimiento se ha identificado tan dogmáticamente con un crimen, que todo lo demás se ve inadecuado.

El problema se extiende más allá de Bosnia. La pregunta de si “fue genocidio?” no contribuye mucho a iluminar que fue hecho a aquellos armenios por aquellos otomanos durante la primera guerra mundial. Actualmente los turcos,  deseando discutirlo e inclusive disculparse por las masacres, se niegan a admitir el “crimen supremo”, pero los armenios no aceptan otra connotación.  Cualquier grupo cuyo sufrimiento no es llamado “genocidio”, supone que es una víctima de segunda clase. Esto es moralmente perverso.  No es peor matar personas por su etnicidad que por sus creencias políticas, su género, o por el puro placer de verlos morir.  Sin embargo es precisamente lo que presupone entronizar el genocidio.

El costo político es alto. El estatus de genocidio alivia la presión a intervenir en crisis que son “solo mortales”. Sin embargo, enunciando el genocidio de manera muy liberal,  abarata su valor, enredando los esfuerzos a responder a las exterminaciones en debates acerca su precisa naturaleza legal.

A pesar de esos problemas, perseguir el genocidio podría ser valedero si fuera la única manera de establecer la responsabilidad de asesinatos en masa.  Pero no es así.  Enterrado debajo de los titulares acerca de la absolución de Karadžić hay otros cargos: sera enjuiciado por los mismos actos, pero clasificados como crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra.  Si la fiscalía produce suficiente evidencia, Karadžić será sentenciado por los mismos bombardeos y actos de francotiradores, los mismos asesinatos y violaciones.  Todo lo que se habrá perdido es la oportunidad para etiquetar esos actos como “genocidio”.

Esta es la razón real para abolir el “crimen de crímenes”: su redundancia.  No hay un acto de genocidio que no sea también otro delito. El genocidio es un crimen de caracterización, una interpretación.  En vez de analizar los motivos del asesino, es mejor afirmar nuestros propios valores  negando que cualquier razón nunca podría justificar tales actos.

El genocidio es una manera socialmente significativa para describir una especie de aniquilación. Es la categoría legal lo que debemos cuestionar.  Necesitamos crímenes internacionales que estén mínimamente caracterizados, análogos de los crímenes domésticos, con tan poco espacio de interpretación como sea posible.  En juicio, no necesitaremos saber por qué los hombres cometen masacres para condenarlos por ello.

Acabemos con el genocidio tal y como lo conocemos – parando el genocidio, pero también abandonando el delito de genocidio-.  Llamemos los problemas que lo componen por sus antiguos nombres.  Eso se hará por Karadžić cuando la sentencia llegue: él todavía está en juicio y todavía podemos denominar sus crímenes.

Copyright Project Syndicate


Timothy William Waters, es profesor de Indiana University Maurer School of Law and a Humboldt Fellow at the Max Planck Institute for Comparative Public Law and International Law, trabajó en el  ICTY  en el juicio de  Slobodan Milošević.





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